Aroma de jazmín




Cuando la calurosa tarde de verano tocaba a su fin, el dulce e intenso aroma de los jazmines dibujaba el anochecer e inundaba las calles. Como si de un rito ancestral se tratase, a media tarde abuelas y nietas recogíamos los capullitos de jazmín de los patios. Seguidamente las yayas se sentaban en sus sillas bajitas junto a la acera y nosotras en los bordillos. Tejíamos los capullos de jazmín en imperdibles y en alambres. Una vez todo preparado corríamos unas y otras al lavado y repeinado. Minutos después aparecían de nuevo las yayas , vestidas todas de negro, impolutas. Las niñas de blanco y colores muy claros, impolutas. Seguía el rito de colocar los jazmines. Los imperdibles en las solapas de las yayas, los alambres de capullitos rosa alrededor de las coletas bien altas de las niñas. En unos minutos se producía la magia: una explosión blanca y delicada en todos los pechos y todos los cabellos. Su aroma acompañaba el sueño de mis noches de verano bajo mi almohada.

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