Qué pena

No soy experta conocedora de los mecanismos y los entresijos que rigen el juego político. No llego a imaginar la gran dificultad que debe suponer la organización de una sociedad democrática en un sentido amplio.

Pero, creo que es una pena que en los grupos sociales más reducidos, como las pequeñas poblaciones en las que algunas vivimos, la vida política sea hecha a imagen y semejanza de las grandes urbes o formaciones más amplias, asimilando vicios e inconvenientes, cuando no superándoles.

Muchos/as de los politiquillos de turno emulan a sus líderes cometiendo la falacia de sentirse en el centro del universo. Muchos de los afiliados de distintos colores siguen ciegamente las directrices del partido abnegadamente sin cuestionar, con la única filosofía de fastidiar las propuestas del partido contrario. Gran parte de la ciudadanía elige por cuestiones meramente superficiales ante la ausencia de proyectos y sólo responde críticamente ante las situaciones más inverosímiles, habitualmente relacionadas con “la charanga y la pandereta”.

Inmersos en la partitocracia, unos y otros tienen la frivolidad de creer que han sido elegidos por méritos propios cuando la mayoría son elegidos por ser “los menos malos”, o por la habilidad de su partido al organizar la imagen y propaganda. Y, a veces, la diferencia es tan nimia, que sólo la manipulación de unas decenas de votos les ha situado en el gobierno. Que pena que siendo una población pequeña no hagan un estudio real de las necesidades, las inquietudes y la diversidad de sus gentes para hacer propuestas bien serias.

Entonces viene el “gobierno de la mayoría” y amparados por la ética se ponen a ordenar. Poco importa con qué pactos se haya conseguido esa mayoría, o qué porcentaje real represente. A partir de ahí, poco importará la minoría, ni qué porcentaje real represente. Qué pena que pudiendo aprovechar las ventajas de organizaciones pequeñas olviden elementos básicos de la democracia como el respeto por la minoría y el ejercicio del consenso.

Creen entonces que reciben un cheque en blanco para gastar y un salvoconducto para hacer y deshacer. Pocos piensan que están firmando un contrato para estar al servicio de los demás.
Que pena la democracia en su versión de sutil modalidad de despotismo.

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