Hay ocasiones en que una cae en la cuenta de por qué puede ser sabio el refranero popular.
Ayer acabé pensando en ello , cuando las circunstancias traían a mi mente aquel dicho que solía repetir mi abuela: "No hay mal , que por bien no venga". Y pensé en cuanta sabiduría había en la actitud de aceptación (que no en la resignación).
Tengo una manía persistente a analizar estos dichos, y mi relación con ellos no es amistosa, en cuanto que los percibo como sutiles instrumentos de manipulación ética, y de la realidad otras veces (pero eso será tema para otro día). Pero también hay que ser práctico y si un día conviene, bienvenido sea el legado cultural.
Ayer era de esos días. Uno de los días en que se acumulan las circunstancias para que llegues a desear (metafóricamente) aquello de : "Que paren el mundo que me bajo". El colmo fue cuando llamaron a la puerta pidiendome ayuda: Algún psicópata había tirado al contenedor de basura un perrito de apenas dos días. Lo había dejado allí vivo entre los desperdicios para que muriese lentamente de frío y hambre.
Lo primero que sentí fue una rabia inmensa al percibir una vez más la crueldad. Duró justo los segundos que tardé en colocarlo cerca de mi corazón , bien envuelto en telas para calentarlo. Volví a sonreir.
Todavía llevo la sonrisa puesta.
Gracias, Moisés. (así le llamé)
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