El tío Aurelio

(Imagen: El pregonero. Óleo de Gómez Pajarón)

En los últimos días, en el pueblo se escuchan constantes avisos por la megafonía municipal con motivo de los festejos veraniegos. Desde mi casa, y desde muchos hogares es difícilmente inteligible la información, por una parte por las "bondades" técnicas de las instalaciones y por otra por las dificultades de vocalización de los eventuales comunicadores. En pleno siglo XXI parece que poco hemos avanzado de cuando el tío Aurelio, el alguacil de mi pueblo, iba con su bici y trompetín en mano voceando el bando por las calles. Tengo entendido que hay poblaciones donde los bandos pueden seguirse por frecuencias determinadas de radio o televisión, o incluso por internet. Aquí, donde yo vivo ahora, lo de internet parece que avanza despacio, pues aunque hace años que el ayuntamiento tiene una página no parece que se use como recurso útil ,parece más un adorno que otra cosa.


Recuerdo como algo entrañable aquella imagen del alguacil, el tío Aurelio, engalanado con su chaqueta y su gorra de plato que recorría las calles del pueblo con la bicicleta. Cuando le veíamos pasar , la chiquillería mirábamos atentamente por si se paraba en el próximo cruce de calles. Atentos esperábamos el toque del trompetín. Si no paraba seguíamos nuestros juegos. Si sonaba corríamos presurosos adelantando a las amas de casa que asomaban doblando sus delantales en la cintura. Expectantes escuchábamos el habitual “Per ordre, del senyor alcalde, es fa saber….”. Siempre tenía la misma cadencia y nadie podía decirlo con tanta contundencia y musicalidad como el tío Aurelio. Si algún mocoso interrumpía , el alguacil no tenía reparo en decir a mitad del discurso “chè, xiquet, vols callar , recollons¡¡¡”. Los pregones eran de los más varipintos : iban desde la comunicación de la última ordenanza, o del pago de una contribución urbana y similares , al anuncio de la venta de tomates en la puerta de la tía Tereseta o de zapatillas en el mercado. Cuando Aurelio terminaba, a veces, la chiquillería le seguíamos hasta la próxima parada corriendo tras la bicicleta. Otras volvíamos a nuestro juego, que en ocasiones, consistía en inventar noticias e imitar al tío Aurelio.


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