Fanatismos cotidianos

Hace unos días en un periódico comarcal leí un artículo donde contaban que unos vándalos habían causado graves daños en el coche del secretario de juventudes socialistas de Cheste (Valencia). Me comentan algunas personas del pueblo las connotaciones ideológicas de este acto violento. Lo más deprimente es que no se trata de un hecho aislado: Recuerdo que hace unos meses quemaron la puerta del ex alcalde socialista Raimundo Tarín, hace unos años llenaron de aceite industrial la fachada de la ex alcaldesa popular Sagrario Sánchez.... Me cuentan de las amenazas recibidas por algunos agricultores por cuestiones ideológicas o desacuerdos organizativos, de las amanazas a una concejal de IU por defender sus posturas, de un concejal socialista al que hace algunos años llegaron a cortarle los naranjos de su campo. También sé de una paliza que propinaron unos colombaires a una señora del pueblo por una más que dudosa invasión de su actividad, o los insultos de protaurinos a personas que educadamente han manifestado su oposición....

Estas no son más que manifestaciones agresivas y extremas del fanatismo de algunas gentes. En la mayoría de las ocasiones los efectos de los fanatismos, sea cual sea su ámbito, se traducen en una sociedad progresivamente más intolerante, más ignorante, con una patente falta de libertad, de autocríca y víctima de apasionamientos demenciales.

No recuerdo quién decía aquello de "del fanatismo a la barbarie sólo hay un paso". En tiempos de desencanto e indiferencia son necesarias las motivaciones, las pasiones, la tenacidad e incluso cierto grado de exaltación. Pero, de ningún modo, deberíamos tolerar este tipo de obcecación, ceguera, desmesura. Este tipo de conductas no son más que evidencias de una sociedad enferma, donde los enfermos no son sólo los personajes fanáticos agresores y violentos , sino también todas aquellas gentes que se lo toleramos, que no lo denunciamos. Más aún cuando permitimos como naturales actitudes y manifestaciones de esta ceguera , casi cotidiana, en debates estériles, en la organización socio-económica y cultural del pueblo, en cuestiones educativas etc.

El fanatismo es una enfermedad y sólo se cura con racionalidad y sentido común. Es una patología de gente insegura que encuentra su sitio en ambientes grupales de radicalidad desmedida, de gente con dificultades de comunicación auténtica y con problemas de personalidad que le incapacitan para la autoestima, la autocrítica, la empatía  y la gestión de su propia libertad y dignidad.

El fanatismo es también una manifestación de la gandulería de gentes que ahorran esfuerzos al no tener que trabajar en los cuestionamientos que supone el proceso de pensar: buscar posibilidades, estudiar, sopesar, calcular, comparar, deducir...

Siempre creí que en una pequeña sociedad rural la convivencia sería más fácil, que estábamos a salvo de los devastadores efectos de la deshumanización, y que la educación y el cambio tenían más posibilidades.

Hoy, reflexiono, y me siento especialmente decepcionada.

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