Las corridas de toros

LAS CORRIDAS DE TOROS
Por Eduardo Lamazón

"No me gustan los toros, las corridas. Siempre sufre y muere el único ser vivo hermoso, inteligente y noble que hay en la plaza.

El toreo sobrevive como una de las prácticas más crueles que hayan creado los hombres para divertirse.

Correr toros para entretenerse, torturarlos, matarlos, sólo puede ser alimento de espíritus paupérrimos, devastados.(...)

Nada ha cambiado para esta humanidad bárbara que hace veinte siglos asistía al circo romano y hoy va a las corridas de toros. Cuando el hombre es silvestre se divierte con inmoralidades y las justifica: "la raza de lidia es criada para la muerte en la plaza", o "no sobreviviría la raza si no fuera por las corridas". ¡Pues que se extinga! ¡Qué carambas le importa al toro torturado asegurarse de tener hijos, nietos o compadres!
(...)
Los toreros gozan de la impunidad que les da la descomposición de sociedades en permanente agonía, conducidas por ígnaros o sicópatas, y no me digan que exagero, o múestrenme en la geografía del poder dónde hay un estadista, que no encuentro ninguno.

Las reuniones taurinas son alegría para unos pocos insensibles al dolor animal y son angustiado sufrimiento para muchos seres piadosos y pensantes que quedan en el mundo. Lástima que los más, los mejores, los incruentos, deban asistir impotentes al cataclismo de vesania, de barbarie, de estulticia.
(...)
En España, en México, en Francia, en Perú, al crimen algunos le llaman tradición, a pesar de estar documentado que el 80, 85 % de la población de los propios países taurinos rechaza la torpe fiesta. Las autoridades son siempre sordas y mudas. ¿Qué otra cosa que el negocio infame que hay detrás podría explicarlo?
(....)
A los que defendemos a los animales nos llaman locos, porque a quién diablos le puede importar el sufrimiento de un toro. A mí al revés, me es incomprensible la microscópica pequeñez de las mentes de esos forajidos que persiguen a un animal indefenso, provocando en los observadores más que asombro por su ignorancia, miedo, por recordarnos de lo que son capaces.

Cientos de especies desaparecen cada día de la faz de la tierra, y a los que respetamos a los animales y a la naturaleza nos llaman locos. ¡Locos ellos!, ¡locos los crueles!, ¡locos los depredadores!.. El derecho que les asiste es ninguno. Son enemigos de la convivencia. (...). Son fatuos, desalmados, sanguinarios.

Y los que llevan a sus hijos de siete, de ocho años, a ver desangrarse un toro hasta morir, rodeado de la burlona carcajada cínica de la masa acéfala... ¿tendrán cara para esperar mañana que sean hombres morigerados, de buenos sentimientos, buenos hijos, solidarios, comedidos?

La mucha o poca esperanza de redención para el mundo reside en los buenos hombres, los de corazones cultivados y magnánimos.. Los que cambian siempre la muerte por la vida, la destrucción por la creación, los que participan de la humanidad sin servirse de ella.

Es necesario no sentir el dolor ajeno como ajeno. Hay que sentir el dolor ajeno como propio, como fórmula para vivir en un mundo mejor. ¿Es tan difícil de entender? Eticamente son aceptables todas las actividades humanas que no dañan a un tercero, aunque sea un animal.

No hay palabra más triste que la palabra torero."

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