Comparaciones odiosas


Un individuo tenía un perro. El animal llevaba varios días inapetente, por lo que el dueño lo llevó al veterinario. Después de explorarlo convenientemente, el veterinario le recetó unas dosis e aceite de bacalao. Después de administrarle varios días la dosis, cuando el perro oía los pasos del amo, se escondía en la parte posterior de la caseta.. No le gustaba aquella operación. Pero el amo le cogía violentamente por el collar, le arrastraba por la fuerza hacia una sala, le metía la cabeza ente las piernas , le abría la boca por la fuerza y, con una cuchara, le metía dosis a la fuerza.
Como al perro no le gustaba lo que cada día sucedía , forcejeaba con el amo, tratando de librarse de aquella tortura. Un día forcejó con tanta fuerza que el tarro que el amo tenía sobre las rodillas con el aceite de bacalao, cayó al suelo y fue rodando hasta el extremo de la habitación. El perro se desprendió apresuradamente del amo y fue corriendo a lamer el tarro. No es que no le gustase el aceite de bacalao. Lo que no le gustaba era la forma en que se lo daban.
Las palabras de Winston Churchill resumen a la perfección estas líneas: “Me encanta aprender, pero me horroriza que me enseñen”. Claro, si en la enseñanza domina la memorización, el aburrimiento, la competitividad y las comparaciones odiosas.

Del artículo publicado por Miguel Ángel Santos Guerra, en La opinión de Málaga. 26/4/2008 "Efectos secundarios"

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